El ego está ahí para protegernos, es la máscara hemos forjado en nuestro deambular por la vida para sobrevivir y encontrale un sentido al mundo que nos rodea. El ego es el que te dice que te quedes en casa que estás mejor, se encarga de meter miedo para preservar las cosas tal y como están. Hace falta valentía para derrocar al ego si lo enfrentamos desde los retos, saliendo de la zona de confort, atreviéndonos a hacer cosas diferentes. Sin embargo, el ego también se puede domar sin echarle toneladas de valor, desde lo cotidiano, aprovechando la desidia, la pereza, el aburrimiento y la incomodidad. Todas esas actitudes está altamente influenciadas por el ego (o directamente controladas por el mismo) y a todas se les hace frente con presencia, poniendo la atención aquí y ahora, con corazón más que con valentía. Siéntate a meditar para dejar de patalear por esa tarea que no te apetece hacer, verás que es una oportunidad para despertar. Medita para relativizar las cosas y para agradecer lo que tienes aquí y ahora. Las quejas se esfumarán.
La realización de las tareas que no nos gusta hacer, pero que debemos hacer, es un estupendo ejercicio de humildad que tiene un gran poder para domar al ego. Podemos verlas como un obstáculo o como un impedimento, desperdiciando o aprovechando la oportunidad.